Jesús, conducido por el Espíritu Santo, permaneció en el desierto cuarenta días y ahí fue tentado por el demonio. El Señor lo rechazó con la Palabra de Dios.
+ Al rezar el Padrenuestro, pedimos: «no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal». (o del maligno)
+ Y el Catecismo de la Iglesia católica nos enseña: «En esta petición, el mal no es una abstracción, sino que designa una persona, Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios. El ‘diablo’ (diábolos) es aquel que ‘se atraviesa’ en el designio de Dios y su ‘obra de salvacion’ cumplida en Cristo» (CCE 2851).
+ El diablo también nos hace la guerra a los que creemos en Cristo, y nos presenta todo tipo de tentaciones, para alejarnos de Dios y de nuestra salvación eterna:
– Haciéndonos creer que hay cosas más importantes que Dios.
– Llevándonos a servir a falsos dioses, como el poder, el dinero, el placer, la abundancia de bienes materiales…
– Usurpando el lugar de Dios.
– Diciéndonos que podemos manipular a Dios, con la falsa esperanza de que hará cuanto le pidamos, aunque no vaya de acuerdo con su santa voluntad.
Que el Señor nos ayude a vencer, como él, en nuestras tentaciones.
Reflexión de nuestros tiempos
De los peores males modernos es la búsqueda interminable de bienestar y comfort a través de las riquezas y el materialismo. La falta de templanza, saciedad, justicia social y amor a Dios y al prójimo, nos hace gastar en el bien personal, y no en el bien común, en buscar las mayores ganancias para uno mismo, y no el bien de todos.
Qué mundo sería si pusiéramos atención a las palabras de Jesús, de buscarlo a él en el prójimo y basar todas nuestras decisiones en el bien común, en la justicia, y en la templanza hacía los bienes materiales, y no solo pensar en los de esta generación sino en todas las que siguen, tomando las decisiones correctas para todos. Con las manos contamos a las personas que sí siguen esta regla, la más importante, la mayor de toda la enseñanza de Jesús.