Celebramos un miesterio fundamental que nos fue revelado por Jesús: la Santísima Trinidad.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas realmente distintas, que comparten la misma naturaleza divina y cada una de las cuales recibe, como decimos en el Credo «una misma adoración y gloria» (sólo el Hijo tiene dos naturalezas inseparables: la divina y la humana).
Por eso fuimos bautizados, como lo mandó Jesús «en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo».
Es un verdadero misterio para los humanos que sólo conocemos y conoceremos el mundo material (hasta nuestra muerte), así como el misterio de la Eucaristía (cómo Jesús puede estar en un pan), la creación de la materia y el tamaño del universo, la eternidad de Dios, etc. Que nuestra limitada capacidad intelectual no cubra y nuble nuestra fé, la cual aunque es apoyada por el intelecto, nunca lo debe ser todo, la fé no es una fórmula científica con un resultado constante. En nuestra fé siempre habrá duda y misterio, así lo quiso Dios, para que el que se salve al último día, lo tenga bien merecido, el premio de su compañía (esto significa el Cielo).