Es levantarse – como el hijo pródigo-, volver al Padre que está en los cielos, y en la persona del sacerdote que está en el confesionario, decirle: «He pecado contra el Cielo y contra ti»
Es volver a la esposa o al esposo, cuya felicidad me encomendó Dios y con cariño, con mi dedicación, con mi actitud decirle – sin palabras – : «He pecado contra el Cielo y contra ti»
Es volver a los hijos, y con el tiempo que les dediquemos a sus problemas, a su educación, a convivir y y no meramente coexistir con ellos, decirles silenciosamente: «He pecado contra ustedes y contra el Cielo»
Es volver a los padres ancianos, que tarde a tarde esperan la visita o el telefonazo del hijo o de la hija, y con nuestras muestras de afecto, nuestras delicadezas, nuestro tiempo sin prisas, decirles sin formularios ni en forma verbal: «He pecado contra el cielo y contra ustedes»
Es volver al familiar, del que por lo que quieras y mandes nos hemos distanciado o con el que estamos «resentidos», y con un apretón de manos, una visita, un telefonazo, una invitación a tomar un café, decirle «He pecado contra el cielo y contra ti»
Y empezar a sentir que estábamos muertos, pero hemos comenzado a volver a la vida
