En la parábola del hijo pródigo, Jesús nos enseña que nuestro Padre Dios es misericordioso, nos ama y es paciente.
+ Nosotros somos esos hijos pródigos que malgastamos la herencia que Dios nos ha confiado: nuestra salud, nuestros bienes, nuestra inteligencia, nuestra vida…
+ El amor hacia Dios sólo puede darse cuando es libre
No abusemos de la confianza que Dios ha puesto en nosotros.
Reflexión
Dios nos ha dotado de la total libertad, el libre albedrío de decidir LO QUE SEA (aunque sea algo malo, dañino, perjudicial, inmoral…) pero finalmente es decisión nuestra. Dios quiere lo elijamos a Él, pero no nos obliga, sería esclavitud. Qué bello es el amor verdadero, libre, por que sí, por tus méritos o por decisión propia.
Quien no comprenda en su corazón y esté de acuerdo con lo que hizo el padre en la parábola del hijo pródigo, recibe al hijo que ya estaba perdido, pero ha vuelto arrepentido, no entiende el Cielo, la salvación eterna, el amor profundo de Dios (y que nos pide amar igual a nuestro prójimo), un amor que perdona, que olvida, que acepta y da segundas y hasta cientos de oportunidades. Una persona que ha dejado a un lado el egoísmo y ha abrazado el amor de Dios, ve con ternura la escena en la cual el padre le hace un banquete al hijo y le da todo lo mejor, así como Dios se alegra cuando unos de sus hijos se arrepiente por haber desperdiciado todo (sus talentos, su potencial para la bondad) y vuelve con él haciendo acciones buenas para él y para los demás. Intentemos ser el hijo que no requirió regresar a Dios, sino el que está ahí haciendo su voluntad, y si no se está en esta posición hoy, seamos el hijo pródigo que regresa a hacer su voluntad. Pero en esta parábola queda claro, el padre (Dios) no tenía en sus planes, o tenía ya olvidado «al que estaba perdido», ya que respeta nuestra libertad.