Hechos sublimes, únicos e irrepetibles sobre María, madre de Dios:
– su maternidad inseparable de su virginidad,
– su concepción inmaculada,
– su exención de la corrupción de la carne,
– su asunción y su realeza sobre todas las potestades del Cielo y de la tierra,
– su poder sobre las mismas fuerzas del infierno que, al final, derrotará definitivamente.
Los hombres, en su presuntuoso simplismo, no ven la grandeza y el poder de mi Madre que es también su Madre.
No han escuchado sus repetidas llamadas maternales.
Si los hombres se volvieran a Ella arrepentidos, si le rezaran, podrían evitar la avalancha que los amenaza y que ya está en movimiento.
Pero, embriagados de placeres y de bienes materiales, viven en cambio envueltos en la oscuridad como si Dios no existiera y como si tampoco existiera mi Madre.
Los hombres, e incluso muchos de mis ministros, no han comprendido, el amor sin medida de su Madre Celestial, porque no han profundizado.
Si lo hubieran comprendido y lo hubieran correspondido, cuántos males no se habrían evitado a los individuos y a los pueblos; ¡cómo habría sido de serena para todos su peregrinación por la tierra!