A menudo nos detenemos a preguntar la naturaleza de la vida y de la existencia. Si eres una de las personas que disfruta filosofar en torno a estas cuestiones, te traemos textos perfectos que te dejarán pensando. ¡Disfruta de tu momento a solas y sumérgete en la obra de Clarice Lispector! Esta autora es una de las voces más originales y misteriosas de la literatura contemporánea, es una escritora cuya obra desafía las categorías tradicionales. Sus textos exploran temas universales como el silencio, el presente, la identidad y el amor, pero lo hacen desde una perspectiva profundamente introspectiva y filosófica. Aquí recopilamos tres de las obras breves de Clarice Lispector: «Es allí a donde voy», «Silencio» y «Precisión». Te invitamos a reflexionar sobre la existencia y la manera en que nos conectamos con el mundo.
Biografía de Clarice Lispector
Clarice Lispector (1920-1977) fue una de las escritoras más destacadas del siglo XX y un referente de la literatura brasileña e internacional. Nacida en Ucrania, emigró a Brasil con su familia siendo un bebé, escapando de los pogromos y la violencia en Europa Oriental. Creció en Recife y más tarde se trasladó a Río de Janeiro, donde estudió Derecho y comenzó su carrera literaria.
A los 23 años publicó su primera novela, Cerca del corazón salvaje (1943), que recibió el Premio Graça Aranha y la consagró como una autora innovadora. Su estilo poético y filosófico desafió las narrativas tradicionales, explorando temas como la identidad, la existencia y el amor. Entre las obras más destacadas de Clarice Lispector están: La manzana en la oscuridad (1961), La pasión según G.H. (1964), Agua viva (1973) y La hora de la estrella (1977).
Casada con el diplomático Maury Gurgel Valente, vivió en ciudades como Berna, Nápoles y Washington D.C., donde continuó escribiendo a pesar de las restricciones de la vida diplomática. Regresó a Brasil tras su separación y se dedicó completamente a su obra literaria, que incluye novelas, cuentos y crónicas.
Clarice Lispector falleció en 1977, un día antes de cumplir 57 años. Su legado literario sigue vigente y su obra, traducida a numerosos idiomas, es estudiada y admirada en todo el mundo. Con su escritura introspectiva y su estilo único, Lispector exploró las profundidades del ser humano y transformó las normas de la literatura, convirtiéndose en una de las autoras más influyentes de la historia.
Es allí a donde voy
Más allá de la oreja existe un sonido, la extremidad de la mirada un aspecto, las puntas de los dedos un objeto: es allí a donde voy.
La punta del lápiz el trazo.
Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí a donde voy.
En la punta del pie el salto.
Parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí a donde voy.
¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si continúan mágicas. ¿Realidad? Te espero. Es allí a donde voy.
En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra «tertulia», y no sé dónde ni cuándo. Al lado de la tertulia está la familia. Al lado de la familia estoy yo. Al lado de mí estoy yo. Es hacia mí adonde voy. Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe. Después de muerta es hacia la realidad adonde voy. Mientras tanto, lo que hay es un sueño. Sueño fatídico. Pero después, después todo es real. Y el alma libre busca un canto para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé de qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre.
Es hacia mi pobre nombre adonde voy.
Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos. Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta? La del amor. Amor: yo los amo tanto. Yo amo el amor. El amor es rojo. Los celos son verdes. Mis ojos son verdes. Pero son verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros. Mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa.
En la extremidad de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo.
Yo al lado del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy. Y me transmuto.
Oh, cachorro, ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente.
¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.
Cuento reunido en Dónde estuviste de noche, o más conocido como Silencio, publicado en 1974.
Silencio
Es tan vasto el silencio de la noche en la montaña. Y tan despoblado. En vano uno intenta trabajar para no oírlo, pensar rápidamente para disimularlo. O inventar un programa, frágil punto que mal nos une al súbitamente improbable día de mañana. Cómo superar esa paz que nos acecha. Silencio tan grande que la desesperación tiene vergüenza. Montañas tan altas que la desesperación tiene vergüenza. Los oídos se afilan, la cabeza se inclina, el cuerpo todo escucha: ningún rumor. Ningún gallo. Cómo estar al alcance de esa profunda meditación del silencio. De ese silencio sin memoria de palabras. Si es muerte, cómo alcanzarla.
Es un silencio que no duerme: es insomne; inmóvil, pero insomne; y sin fantasmas. Es terrible: sin ningún fantasma. Inútil querer probarlo con la posibilidad de una puerta que se abra crujiendo, de una cortina que se abra y diga algo. Está vacío y sin promesas. Si por lo menos se escuchara al viento. El viento es ira, la ira es vida. O nieve. La nieve es muda pero deja rastro, lo emblanquece todo, los niños ríen, los pasos resuenan y dejan huella. Hay una continuidad que es la vida. Pero este silencio no deja señales. No se puede hablar del silencio como se habla de la nieve. No se puede decir a nadie como se diría de la nieve: ¿oíste el silencio de esta noche? El que lo escuchó, no lo dice.
La noche desciende con las pequeñas alegrías de quien enciende lámparas, con el cansancio que tanto justifica el día. Los niños de Berna se duermen, se cierran las últimas puertas. Las calles brillan en las piedras del suelo y brillan ya vacías. Y al final se apagan las luces más distantes.
Pero este primer silencio todavía no es el silencio. Que espere, pues las hojas de los árboles todavía se acomodarán mejor, algún paso tardío tal vez se oiga con esperanza por las escaleras.
Pero hay un momento en que del cuerpo descansado se eleva el espíritu atento, y de la tierra, la luna alta. Entonces él, el silencio, aparece.
El corazón late al reconocerlo.
Se puede pensar rápidamente en el día que pasó. O en los amigos que pasaron y para siempre se perdieron. Pero es inútil huir: el silencio está ahí. Aun el sufrimiento peor, el de la amistad perdida, es solo fuga. Pues si al principio el silencio parece aguardar una respuesta -cómo ardemos por ser llamados a responder-, pronto se descubre que de ti nada exige, quizás tan solo tu silencio. Cuántas horas se pierden en la oscuridad suponiendo que el silencio te juzga, como esperamos en vano ser juzgados por Dios. Surgen las justificaciones, trágicas justificaciones forzadas, humildes disculpas hasta la indignidad. Tan suave es para el ser humano mostrar al fin su indignidad y ser perdonado con la justificación de que es un ser humano humillado de nacimiento.
Hasta que se descubre que él ni siquiera quiere su indignidad. Él es el silencio.
Puede intentar engañársele, también. Se deja caer como por casualidad el libro de cabecera en el suelo. Pero, horror, el libro cae dentro del silencio y se pierde en la muda y quieta vorágine de este. ¿Y si un pájaro enloquecido cantara? Esperanza inútil. El canto apenas atravesaría como una leve flauta el silencio.
Entonces, si se tiene valor, no se lucha más. Se entra en él, se va con él, nosotros los únicos fantasmas de una noche en Berna. Que entre. Que no espere el resto de la oscuridad delante de él, solo él mismo. Será como si estuviéramos en un navío tan descomunalmente grande que ignoráramos estar en un navío. Y este navegara tan largamente que ignoráramos que nos estamos moviendo. Más de eso, nadie puede.
Vivir en la orla de la muerte y de las estrellas es una vibración más tensa de lo que las venas pueden soportar. No hay, siquiera, un hijo de astro y de mujer como intermediario piadoso. El corazón tiene que presentarse frente a la nada solito y solito latir alto en las tinieblas. Solo se escucha en los oídos el propio corazón. Cuando este se presenta completamente desnudo, no es comunicación, es sumisión. Además, nosotros no fuimos hechos sino para el pequeño silencio.
Si no se tiene valor, que no se entre. Que se espere el resto de la oscuridad frente al silencio, solo los pies mojados por la espuma de algo que se expande dentro de nosotros. Que se espere. Un insoluble por otro. Uno al lado del otro, dos cosas que no se ven en la oscuridad. Que se espere. No el fin del silencio, sino la ayuda bendita de un tercer elemento, la luz de la aurora.
Después, nunca más se olvida. Es inútil intentar huir a otra ciudad. Porque cuando menos se lo espera, se puede reconocerlo de repente. Al atravesar la calle en medio de las bocinas de los autos. Entre una carcajada fantasmagórica y otra. Después de una palabra dicha. A veces, en el mismo corazón de la palabra. Los oídos se asombran, la mirada se desvanece: helo ahí. Y desde entonces, él es fantasma.
Cuento reunido en Dónde estuviste de noche, o más conocido como Silencio, publicado en 1974.
Precisión
Lo que me tranquiliza
es que todo lo que existe,
existe con absoluta precisión.
Cualquiera que sea el tamaño de la cabeza de un alfiler,
no se desborda una fracción de milímetro
más allá del tamaño de la cabeza de un alfiler.
Todo lo que existe es de gran precisión.
La pena es que la mayor parte de lo que existe
con esa precisión
es técnicamente invisible para nosotros.
Lo bueno es que la verdad nos llega
como un sentido secreto de las cosas.
Terminamos adivinando, confundidos,
la perfección.
Conclusión
Lo mágico de la literatura de Clarice Lispector es que nos invita a sumergirnos en lo esencial de la vida, donde la realidad, el amor, el silencio, el presente y la precisión de las cosas pequeñas son puntos de entrada hacia una reflexión más profunda. Su obra trasciende los límites de la literatura convencional, conectándonos con las verdades más íntimas y universales. Leer a Lispector no es solo un ejercicio intelectual, sino una experiencia sensorial y emocional que deja huella.
Te invitamos a explorar más de su obra y a dejarte transformar por las palabras de una autora que sigue resonando con fuerza en el corazón de quienes buscan comprender el misterio de existir.
Te recomendamos especialmente las obras de Clarice Lispector: La hora de la estrella, Agua viva y Un soplo de vida
¿Quieres saber más sobre literatura y poesía? Te invitamos a leer más en:
- La poesía como refugio: Cómo encontrar conexiones personales en los versos
- Explorando la poesía de Plath, Vilariño, Kaur y Borges: Un viaje literario