Saber esto exige de nuestra parte que ejerzamos la virtud de la humildad, porque podemos envanecernos y dejar que «se nos suba a la cabeza».
Fuimos redimidos por la Sangre de Cristo, y por el sacramento del Bautismo somos hijos de Dios en el Hijo.
Reflexión
Por eso Jesús nos contó la parábola de la oveja perdida, para Él; para Dios: somos amados. Los que ya estamos con Él, en su gracia de sus sacramentos y de sus palabras, ya tenemos y tendremos gracias y alegrías espirituales nuestro amor mutuo: pero siempre causará mucho júbilo a aquellas almas que estaban perdidas, y lejos de su amor, y decidieron regresar.
Seamos de las ovejas fieles que estamos cerca de Dios cada día, cada minuto, volvamos con Dios y quedémonos ahí con Él, esperando el sello absoluto y eterno de nuestra alma pura en su presencia.